Mostrando entradas con la etiqueta microquedada. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta microquedada. Mostrar todas las entradas

Abracadabra o la crónica de un micro-fin de semana mágico.

martes, 17 de mayo de 2016



Dicen que nada sucede por casualidad. Quizá sea así. El pasado viernes — el mismo día en el que registré mi primera novela—, encontré escondido en las callejuelas de mi ciudad un sombrero de copa. Y yo, que soy de natural curiosa, no pude resistirme a asomar la nariz al borde de la chistera y, sin remedio, me precipité en su interior iniciando así un viaje mágico.

Emprendí el camino rumbo a Zaragoza sin saber muy bien dónde me estaba metiendo, pero como correspondía, al anochecer, acudí a la convocatoria. 




















Una multitudinaria cita a ciegas.

Abracadabra.




Allí ya me estaban esperando las alas entrañables de un extraordinario ser mitológico acompañado por rostros anónimos de autores de letras conocidas. La noche, prodigiosa, hizo que la luz de un Alba muy especial iluminara aquel lugar que poco a poco se llenó de personajes de altura sorprendente, de figuras celestiales, de parejas maravillosas con quienes departir acerca de literatura, fútbol, arte, fiestas patronales, arroz, Ficticia … Faltaron minutos y se desbordó el afecto.

 




















Las musas confabularon mi lugar de reposo en la ciudad y me llevaron a Saucépolis, donde el avispado sabueso que escribe tras el mostrador de recepción me saludó amablemente mientras preparaba sus próximas crónicas nocturnas.

Tan solo unas horas después, otro personaje de cuento, una mujer risueña con ojos de niña, nos llevó por las calles empedradas y menos conocidas de la ciudad. No faltaron tampoco tres prestidigitadores más que fueron creando el ambiente idóneo para la visita al Palacio de la Aljafería, el escenario de realidades y ficciones, de Historia y Leyendas que espoleó nuestra imaginación.







Pero la tarde aún me depararía un buen ramillete de sorpresas; descubrir un mundo de cincuenta palabras fue una de ellas. 







Asistir al intercambio de talentos portentosos fue otro. Llovieron pétalos, aplausos y risas. Lo grabé todo en mi memoria para disfrutarlo, para aprovecharlo todo como bien dice el micro tuneado que llegó hasta mis manos.







Y antes de que anocheciera, busqué refugio bajo La Bóveda, donde se descifró el Manuscrito de Zaragoza. Allí, entre un libro rojo, algunas voces internas, retazos de historias y un megáfono azul, entonamos nuestro compromiso con las letras: “No puedo estar sin ti, no hay manera…”

También la rumba zaragozana y sus grandes éxitos —“Ole mi gitano” y “A mi me gustan los huevos fritos”— tuvieron su espacio en aquel momento, justo después de un baile agarrado, de los de antes, como los que solo saben danzar en los Montes de Toledo.





Y cuando creía que nada más podría sorprenderme —craso error—, llegaron el aguila descalza (así sin acento) con sus mágicas historias, el contable entrañable, la madre entregada a Eurovisión y a sus tres fantásticos niños, la chica más fantasiosa y entrañable de La Palma…

Pero el reloj nunca da tregua y todo lo que empieza, debe terminar. 






Sin embargo, si algo he aprendido sobre la magia estos últimos días es que siempre queda un último recurso en nuestras manos.


Por eso no fue un adiós sino un hasta luego, una entrega del testigo de la que será la próxima Microquedada en la que a buen seguro volveremos a encontrarnos.


Mil millones de besabrazos.