Google ¿Amigo o enemigo literario?

martes, 7 de febrero de 2017



Hace unos días, Joël Dicker manifestaba sus diferencias con el famoso buscador de Google, de quien decía que mataba la ficción. Pero en realidad quizás sería más correcto decir que con quien manifestaba sus diferencias era con los lectores quisquillosos y retorcidos que, lejos de disfrutar de las lecturas, se empeñan en buscar cada una de las pequeñas licencias que el escritor se permite para dar forma a su historia, y darles bombo y platillo público —generalmente en redes sociales— intentando a un tiempo conseguir un efecto efímero de fama y un afear tanto la obra como al autor.

Afortunadamente no suelen conseguirlo. Pero no son pocos los escritores con los que he hablado que me relatan la misma problemática en la presentación de sus libros. Algunos lectores (no siempre con mala intención) se empeñan en destacar las medias verdades de los libros generalmente porque no aceptan o no pueden aceptar las “reglas del juego” de la realidad novelada.

El arte es una mentira que permite darnos cuenta de la verdad. (Picasso)

Y ¿cuáles son esas reglas? El asunto es más o menos claro. Hubo un tiempo en el que la literatura se movía en torno al movimiento realista, y el puntal de las obras consistía en reflejar la vida con total apego a la realidad. Pero ahora las cosas han cambiado y aunque hay parte de la literatura que siga el camino de Balzac, Stendhal o Flaubert, la gran mayoría sigue otros derroteros.

Por eso en la actualidad entiendo que, como decía Vargas Llosa ya en 1989 en su La verdad de las mentiras los escritores son somos mentirosos en tanto que creamos ficción y articulamos universos con estructuras reales (modificadas en mayor o menor grado) pero lo llenamos con contenido que no lo es.

También es nuestra responsabilidad como creadores que ese mundo bidimensional se transforme, traspase las páginas y consiga entretener —que no engañar— al lector. Creo que la magia consiste justo en eso. En utilizar cuanto está a nuestro alcance (un recuerdo, anécdotas o la propia imaginación) para recrear una historia que se aproxime a la realidad aunque para ello no tenga que serle fiel.

Eso es lo que a mí como lectora me importa. Que el argumento que estoy leyendo me resulte verosímil aunque no lo sea. Que el escritor —simulador o inventor — sea capaz de hacerme creer en sus palabras aunque aquello que cuente no sea cierto. Entonces, si lo que me dice tiene sentido y encaja en la historia y en su desarrollo, acepto barco como animal acuático. Sin reservas.

Pero todo tiene un matiz. A pesar de que haya aceptado un argumento inexacto —en el sentido de que perfile con poca objetividad la realidad—, para ganarse mi fidelidad como lectora no solo necesito esta magia de la verosimilitud. También pido que una lectura me llene; que me pellizque de algún modo. Que haga conmigo lo que tantas veces se explica en la construcción de los personajes: que mi arco dramático crezca. Al terminar una novela quiero ser diferente de la persona que era cuando la comenzó, que me haya cambiado de algún modo. Soy una lectora fácil de convencer, pero difícil de conquistar.



¿Y tú cómo te acercas a las novelas? ¿Qué esperas de ellas?¿Desconfías o te dejas seducir? ¡Cuéntame, por favor, soy toda oídos!

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