En la primera entrada de este blog, expliqué que estaba (y estoy, en eso no he cambiado) a favor de los libros en papel. Tras un tiempo, y gracias a Isi, descubrí los audio-libros, que me acompañaron en las largas caminatas del embarazo. Aunque es un formato muy sencillo, que te retrotrae a la época de las radionovelas, es complicado seguir la acción al cien por cien (creo que por la cantidad de estímulos que recibimos del exterior, y porque al menos mi cabecita está funcionando continuamente.)
Y ahora, otra vez a entonar el “yo pecador”. Si es que no hay nada como asegurar algo a conciencia para que las cosas cambien, y de la noche a la mañana, donde dije digo, digo Diego. Así que, lo confieso, he sucumbido. Me he dejado subyugar por el éxito y las críticas favorables a este pequeño instrumento que ahora me acompaña allá donde voy.
He tenido que reconocer que el e-book tiene su encanto. Es pequeño, manejable, llevas tropecientos libros encima y no llevas peso, la oferta en libros digitales es fantástica.... Vaya, que me he rendido. Aunque no del todo. Sigo yendo a la biblioteca, y sigo comprando libros en formato clásico. Si es caso, la diferencia es que ahora soy más rigurosa. Es decir, leo en digital, y si la obra me ha encandilado, la compro en papel. De esta forma, tengo menos problemas de espacio. O eso quiero creer.
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