Miguel Le
Fablec, un joven profesor universitario, parece tener el poder de convertir en
realidad todo lo que imagina; es el denominado Efecto Midas. Inconsciente de su
poder, es vigilado por centros de investigación que lo involucran en intrigas internacionales
y operaciones de servicios secretos que sobrepasan su propia capacidad de
reacción. Todos lo quieren controlar y utilizar.
Pero ¿cómo
se controla un poder así? ¿Está el hombre capacitado para gestionar un poder
infinito? Encuentra la respuesta a estas preguntas acompañando en su búsqueda a
los personajes de El Efecto Midas.
Manuel
Dorado con El Efecto Midas ahonda en una de las preguntas que tú —como cada uno
de nosotros en algún momento de nuestra vida— nos hemos formulado. ¿Qué pasaría
si pudieras convertir en realidad todos tus deseos? ¿Qué consecuencias tendría
en tu entorno más cercano? ¿Generaría algún efecto mariposa indeseado?¿Antepondrías los
beneficios personales sobre los posibles perjuicios generales?
Pero
estas no serían las únicas preguntas que girarían alrededor de una capacidad
tan especial y poderosa. Imagina a quién le podría interesar ese poder y para
qué se usaría. Servicios de inteligencia internacionales, posibles grupos
extremistas, altos mandos políticos económicos y religiosos…
Vamos,
que más que un don, el privilegio de convertir en realidad tus deseos podría
convertirse en una pesada losa.
Algo
así es lo que le pasa al protagonista de El Efecto Midas. En tan solo unas
semanas, la vida de Miguel Le Fablec da un vuelco total y sus sueños parecen
cumplirse rápidamente. De Granada a la NASA, y de una relación amorosa
frustrada a la promesa de una nueva pareja. Todo cambia en poco tiempo al ritmo
de sus deseos, aunque Miguel no es consciente de ello.
Gracias
a su nueva pareja, Mónica, conocerá las
instalaciones de la NASA y algunos de sus entresijos aunque hasta que tope de
bruces con un estudio algo particular y sorprendente, no será consciente de que
quizá su presencia allí obedezca a otro tipo de intereses menos mundanos.
Será
en ese momento cuando Miguel pase a formar parte del equipo de Gorlov (un
antiguo espía soviético que ahora trabaja para la NASA) y conozca al agente
Castillo del FBI. Paso a paso descubrirá sus sorprendentes capacidades con
pequeños experimentos, pero los servicios de inteligencia querrán obtener conclusiones
más rápidas. El FBI necesita resultados, por lo que presionará al equipo y lo
abocará a una circunstancia que finalmente se descontrolará y convergirá en una
situación inesperada y trágica.
A
raíz de este episodio traumático, Miguel comenzará a plantearse la faceta ética
de su don. Desconfiará de los propósitos de su círculo cercano y dudará. Ya no
estará tan seguro de querer y aceptar su poder a ojos cerrados. Por supuesto,
también dudará acerca de las intenciones de la misión que le han propuesto.
Pero el FBI y su mano ejecutora, el agente Castillo, no estarán dispuestos a
renunciar a la posibilidad de controlar un don tan poderoso y harán cuanto esté
a su alcance —sea o no moralmente aceptable—para no dejar pasar la oportunidad de
someter a Miguel y su capacidad en favor (supuestamente) del beneficio de toda
la humanidad.
¿Será
cierto que es un bien común lo que persiguen?¿Estará dispuesto Miguel al
sacrificio que eso supone?
Ya
comenté la semana pasada que llegué a este libro gracias al buen hacer de su
autor, Manuel Dorado. Pero confieso también que me lancé a su lectura por otros
motivos más prosaicos: su portada (¿Quién no ha elegido un libro por su
cubierta? Aja. Este tema da para todo un post que ya estoy preparando).
Y es
que a mí me hablan de Miguel Ángel, La Capilla Sixtina, El Moisés, El David y
sobre todo “el chispazo” (que es como conocemos en casa a esta escena de La
Creación en concreto) y las rodillas se me vuelven blandiblú. Así que puedes imaginar mi
reacción al ver la imagen de cubierta de la novela, ¿verdad?
Pero El Efecto Midas, es mucho más que una
portada prometedora. Se nota que detrás de cada página hay mucho trabajo de
edición y de formación. Por eso es una ópera prima tan sorprendente.
Aunque
hay algunas cosas que tendrían cabida en ella y
he echado en falta (como el “incidente King”: ese momento psicológico
inquietante que te acompaña durante toda la lectura), sí hay algo que genera esta
novela a través de su original argumento. Una comezón dialéctica que te hace
plantearte mil y una preguntas. Por eso me ha gustado tanto (más allá de su
armazón literario). Porque es una lectura que trasciende, que te mueve por
dentro de alguna forma ya que la historia no se queda en las páginas sino que
salta a la mente y apela a la ética del lector.
El
argumento se estructura en tres bloques muy diferenciados que anuncian y guían
perfectamente la narración en tiempos muy concretos. Cada uno de ellos se
divide en capítulos breves donde el léxico es sencillo y natural (pese a que en
muchos capítulos pertenece a un entorno científico) lo que redunda en una
lectura fluida.
Con
un vocabulario muy visual y sensitivo, Manuel consigue una narración rica en
imágenes, olores, sabores, etc que facilitan el “sueño literario” y te invitan
a recrear con claridad el universo que él ha imaginado. El autor consigue así
con este thriller de ritmo constante y estudiado trasladarnos a todos los
escenarios que compone a lo largo de la novela sin caer en excesos, con
seguridad y concreción.
Pero
además de todo lo anterior, he de destacar dos elementos que me han sorprendido
de manera especial: la caracterización de los personajes y el andamiaje interno
de las escenas. En esto Manuel demuestra oficio.
Cada
uno de los personajes que componen la historia lleva incluida —además de la
profundidad psicológica correspondiente y su propia voz— una característica
básica, una peculiaridad que lo hace reconocible al lector y facilita ese “no
lo digas, muéstralo” que tan importante es para hacer creíble un personaje (aunque este sea un punto de desacuerdo para algunos autores).
De
esta forma vemos y asociamos gestos y actitudes con cada personaje. A través de
los capítulos a Miguel le pican las palmas de las manos cuando está alterado, o
vemos al agente Castillo colocándose el nudo de la corbata, e incluso sabemos
que el impertérrito Gorlov está nervioso porque juguetea con un bolígrafo
montándolo y desmontándolo. Detalles que dicen mucho de cada personaje, que los
matiza de manera natural sin que el
narrador tenga que intervenir para explicar nada.
De
igual forma, la estructura de las escenas me ha recordado a los manuales de Dwight Swain, Bickham y Angel Zapata. Cada escena está estudiada
con precisión de manera que el lector siente la ilusión de que es él el
personaje principal. Las secuencias de acción y reacción se suceden con el
orden adecuado y mantienen —gracias a las repeticiones y el eje camuflado en
las escenas (por ejemplo el crucifijo dorado en el capítulo nueve) —una
continuidad que origina una lectura fluida y grata.
El
Efecto Midas es, en definitiva, una lectura agradable y entretenida para disfrutar en la época estival que acaba de instalarse.
Incluso podría decirse que es una novela con cualidades para lograr algo más
que una lectura de consumo rápido como suelen ser las de su género. ¿Te animas
a leerla?
Te
gustará si:
- Lo
tuyo son las lecturas con “poso” dialéctico.
- Tu
género de cabecera es el thriller.
- Quieres
un ejemplo claro de una buena ópera prima.
Por
último, quiero agradecer desde aquí a Manuel que me haya hecho llegar su libro
y que con su trabajo me haya recordado que todo el esfuerzo invertido en las
labores de formación y edición merecen la pena. Que son como dice el Principito: Esenciales e invisibles
a los ojos.
Feliz día.