Microfilias: Alquimia

viernes, 28 de febrero de 2014





Ruiz era un hombre encantador y educado, un indigente enamorado del arte que ocupaba sus mediodías contemplando los lienzos expuestos en la sala veintisiete; donde los ilusionados vigilantes del Museo le esperaban a diario para dejarle pasar haciendo la vista gorda. No tardaron mucho en descubrir que, más que interés pictórico, “El Mapa” (como le apodaron por los múltiples remiendos de su ropa), tenía un hambre considerable y una curiosa manera de saciarlo.

Famélico, cada día se acercaba a las salas de los bodegones y, como un reservado alquimista gastronómico emprendía absorto su faena: convertir cada imagen en una sinfonía de sabor. Traducía los óleos en delicadas catas de agraces, caza y pesca que no eran para él más que nostálgicos recuerdos y abandonaba el Museo al cabo de unas horas, sonriente y pleno; lleno de texturas y aromas que nutrían por entero su breve figura.

Presentado al concurso relatos brevísimos Mandarín el pasado 2013.

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