El caso de la mano perdida de Fernando Roye

jueves, 6 de octubre de 2016



Cómo he disfrutado esta novela. No solo por su ambientación exquisita —que denota una labor de documentación innegable—, ni por la delicia de esos nombres rurales (Ambrosio, Rosario María...), sino también —y sobre todo—, por el retrato sólido de un momento de la historia que, en líneas generales, hoy en día se desconoce.

El caso de la mano perdida discurre en 1952, en Santa Honorata, un pequeño pueblo jienense donde una pareja de la guardia civil descubre una mano cercenada en un camino rural. Pero en esa época, la aparición de un miembro amputado no implicaba necesariamente una investigación, y menos si en pocas semanas era el propio Caudillo quien iba a visitar el lugar. Sin embargo, el sargento Carmelo Dominguez sabe mantener sus prioridades a flote a pesar de las intrigas del cuartel, de los rumores que corren sobre su persona y de las presiones políticas. Si bien es cierto que el trabajo duro no es su fuerte, si lo es el hacerlo a conciencia y esa mano amputada es como un cabo suelto frente a un gato. Un minino con los ojos de diferentes colores. Un felino que siempre cae de pie, pese a los envites de sus semejantes y a la escasez de medios de la época.

Y es que la posguerra fue un momento duro, y más en un entorno rural. Aunque ahora, con todos nuestros adelantos y los altísimos índices de masa corporal que manejamos, parece que este período nunca hubiera existido. Pero existió. Y con él, además de los personajes que conformaban las tres categóricas patas del banco —léase el cura, el alcalde y el guardia civil—, convivían figuras como la del "sustanciero", quien iba de casa en casa vendiendo los minutos que introducía en la olla un hueso para el cocido.

Esa precariedad, pero sin tristezas ni quejas grandilocuentes es la que Fernando Royne ha retratado de manera magistral, y la que me ha conquistado profundamente. Pero además, ha sabido convencerme con variadas y certeras razones con este Caso de la mano perdida que, en principio, es todo lo contrario a un género que normalmente se postula urbano y sangriento.

Aquí no faltan las rencillas y las envidias inherentes al ser humano, pero su estilo costumbrista y su fino humor, las hace mucho más interesantes (el momento en el que van a esposar a un manco es sencillamente hilarante). También hay una brillante crítica social e incluso un ajuste de cuentas literario con el Caudillo que me ha dejado con una sonrisa casi permanente en los labios.

¿Y qué decir de los métodos de investigación de la época? Entonces no existía el archiconocido CSI...¿puedes imaginarlo? En 1952 ni siquiera constaba un registro de huellas digitales y tampoco la idea de que cualquier pequeño fallo puede "contaminar la prueba". Por eso durante la novela, la mano envuelta en un pañuelo va de un lugar a otro sin custodia; de casa en casa, de bolsillo a armario. Y este es el único pero que le pongo a la novela. Porque la cosa tiene su miga. ¿Qué aspecto podía tener esa mano después de varios días sin estar refrigerada, qué olor despediría? Son elementos en los que me sorprende que el autor no haya reparado pese a ser muy concienzudo en otros muchos aspectos de la novela.

Pero si hay algo imprescindible en este Caso de la mano perdida es el apetitoso tándem del sargento Carmelo Domínguez y el agente Viedma (los Sherlock y Watson españoles de los años cincuenta), que contraponen el saber popular y la superstición frente a la formación —y debo decir que una de las cosas que más he disfrutado ha sido que no siempre ha salido vencedor el lado ilustrado—y la razón.

Buenísimo el perfil y el arco dramático de ambos personajes tanto en su dimensión física como psicológica. Con ellos podemos disfrutar tanto del saber popular en el caso del sargento hechizado como de la metaliteratura policiaca en el del agente Viedma, quien es un enamorado del género y cuyo sueño es convertirse en escritor.

Y finalmente tengo que hablar del autor. Después de leer la novela y percibir esa época y ese ambiente rural de forma tan real, creí que el escritor sería un hombre entrado en años que conoció casi de primera mano la época retratada en la novela. Pero no. La sorpresa fue mayúscula al descubrir a Fernando Roye, un jovencísimo autor (1984), que ha sabido reflejar con sus maravillosos personajes y certeras descripciones de los ambientes, una época que le queda muy lejos. Eso es oficio, señores. Y aquí hay escritor para largo.

Te gustará si:

* Eres fan de la intrahistoria.

* Te interesan las novelas bien documentadas con entornos costumbristas.

* Quieres conocer un escritor que dará que hablar.





Muchas gracias a Sinerrata y a Javi de Ríos por facilitarme el ejemplar.

3 comentarios :

  1. ¡Qué coincidencia! Hoy también he publicado yo la reseña de esta novela :) La terminé la semana pasada y también me gustó eso que tú destacas: la ambientación y el retrato de la España de esa época. Sin duda deberemos leer los siguientes de la saga, porque es un autor al que merece la pena seguirla la pista. Biquiños!

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  2. Que buena pinta tiene, no lo conocía pero me lo llevo anotado que puede gustarme
    Besos

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    1. No puedo sino recomendártelo encarecidamente, Tatty. ¡Lo tienes que leer!
      Mil besos

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