Ya está. Es oficial. Estoy cansada, hastiada, sitiada, acorralada, enclaustrada, aburrida, desesperada y mustia como periquito enjaulado. Odio este temporal.
Que sí, que es bueno para el campo, que hacía falta, que los inviernos deben ser inviernos; pero, ¿quién sale a la calle con un bebé de meses y temperaturas bajo cero? Respuesta al estilo del experimento sociológico del siglo (acordarse de GH y Bea la legionaria): NA-DIE.
Parezco una versión más de la vieja´l visillo. Pero no nos engañemos. La diferencia, es que desde mi jaula de oro, (hay que reconocer que estar calentita, en pijama todo el día, escuchando el audiolibro y disfrutando del peque, tiene su puntito), solo veo los tejados de mi alrededor. Y así no cabe cotilleo alguno, a no ser que asome los hocicos al fresquito de la calle, y la verdad, apetece poco.
Otra opción para entretenerse es convertirse en “mirillera”. Son una especie en peligro de extinción. Suelen ser mujeres de cierta edad con tendencia a arrastrar las pantuflas rosas (no me preguntéis porqué pero siempre son pantuflas, con cuña, y rosas. Las de invierno puede que con borreguito o pelito en el empeine.), y querencia a las tablas (las tablas de la puerta, se entiende). ¿Quien no ha tenido una vecina así? Que salías de casa, la oías arrastrar los pies y te despedías mirando a su puerta desde el centro del rellano para que te viera bien?. Ni que decir tiene que esta opción tampoco me subyuga.
Más vale que hoy he quedado con una amiga en la cafetería que queda a dos pasos escasos de mi portal (jesusqueexceso!)
¿Me sentiré como Phileas Fogg? Yo por si acaso, ya llevo un rato tarareando: “ sooon 80 días sooon, 80 nada maaaas”.
Ufffs. Seguiremos informando
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