El reflejo de las palabras de Abdolah Khader

jueves, 2 de agosto de 2012



En un pueblecito persa, cerca del monte del Azafrán, nace Aga Akbar, sordomudo, exquisito reparador de alfombras e incansable poeta y pensador. Al igual que los trazos inscritos en la cueva sagrada del monte, plasmará sus inquietudes en escritura cuneiforme en un cuaderno que años después llegará a manos de Ismail, su primogénito.
Éste, desde su exilio en Holanda tratará de llegar a lo más profundo del temperamento y la naturaleza de su padre, unas veces desde sus propios recuerdos, otras veces apoyándose en la traducción de la arcaica escritura trazada por Akbar, y en ocasiones inspirado por las obras de los poetas persas y holandeses, de quienes nos deja pequeñas joyas a través de las páginas de la novela.
Sin embargo, esta obra no es sólo el testimonio de la vida de Akbar o del propio Ismail, sino también el manifiesto del devenir social y político de Irán. Desde Mirza Rheza Pavlevi con sus sueños de progreso y su intensa y asfixiante exigencia al pueblo persa, hasta el madato de los clérigos con Jomeini al frente, se van desmenuzando los más cercanos acontecimientos del país. Así, veremos discurrir simultáneamente las apreciaciones y opiniones de Ismail (alter ego de Khader en este aspecto ) durante esta convulsa época junto con la historia reciente de Irán y del movimiento de resistencia.

Por segunda vez en este año me encuentro con una novela en que tras la muerte del padre, llega a manos del vástago un manuscrito del progenitor. Está claro que la relación con nuestros mayores genera una temática con muchas tribulaciones íntimas, tantas como para intentar expiar nuestras conciencias mediante la escritura de un libro. Sin embargo, el enfoque de esta novela nada tiene que ver con "Mi oído en su corazón".
En esta obra me he encontrado una prosa exquisita, lírica, en ocasiones casi de cuento antiguo, poética. Es un acercamiento a la figura paterna desde el arrepentimiento por no haber estado cerca tanto como se quiso, por no entender o no intentarlo suficiente, por la pérdida de un tiempo anterior con tintes de confianza, de seguridad, aunque no por ello se trata de un relato triste o nostálgico.
Se estructura en cuidados capítulos que comienzan con una pequeña explicación acerca de qué vamos a leer, y nos regale entre sus páginas trocitos de poemas tanto persas como holandeses, que enriquecen más si cabe la narración y expresividad del relato. Khader demuestra una elegante maestría para contar una historia   que lleva matices de leyenda. La riqueza del mundo sencillo de Akbar es sobrecogedora. Me ha gustado en especial cómo tratan de explicar a Akbar, sordomudo y oriundo de una pequeña aldea, las grandezas del vasto mundo mediante los escasos signos inventados por ellos para poder entenderse.
Un libro a tener en cuenta para hacer un regalo. Totalmente recomendable.




Y para muestra:
 "A Aga Akbar también lo cautivaba aquel cielo. En sus noches solitarias subía a hurtadillas al tejado de la mezquita de Yome, se sentaba en el suelo, se rodeaba las rodillas con los brazos y se quedaba mirando la oscuridad. La noche lo unía con lo inexplicable, con Alá y con el amor. Tal vez la mejor manera de describirlo sea citando los siguientes pareados de un antiguo poema épico: 
Az neistan coh mara bobidré an
az mafiram mardo zan nalidé an
sine jaham shárbe shárbe az feraj
ta beju yam sarhe dárde esh tiyah.

Todo persa conoce este poema, o al menos estos cuatro versos, que se cantan cuando se está enamorado.
Si bien Akbar nunca pudo oír la letra, canturreaba esa canción.
Trata de una caña que es cortada del cañaveral para fabricar una flauta. La caña se queja así:

Desde el preciso instante en que me cortaron
todos me tocan y comparten conmigo sus
nostalgias, sus anhelos.
Yo también busco un corazón que el anhelo
haya quebrado
para compartir con él mi propia nostalgia.

Un buen día pedí prestado un proyector de películas. Al caer la noche, cuando salió la luna llena y mi padre se disponía a trepara hasta la azotea por la escalera de mano, lo agarré de la manga y le dije:
- ¡Ven aquí! Voy a enseñarte algo
El se resistió; quería ir a ver su luna.
- Escúchame, no hace falta que subas al tejado. Te tengo preparada una luna en el cuarto de estar.
No entendió.
- La luna - le indiqué por medio de gestos-. La he metido en ese aparato. Para tí. ¡Ven a mirar!
Mi padre esbozó la típica sonrisa que exhibía cuando no  entendía lo que intentaba explicarle. Le acerqué una silla y corrí las cortinas.
- ¡Siéntate!- gesticulé antes de apagar la luz.
Él vaciló un momento y luego se sentó, con la mirada fija en la pantalla. Encendí el proyector. Primero aparecieron unas palabras en inglés, seguidas bruscamente por una luna nueva. No se percibía aún ninguna reacción por parte de mi padre, que continuaba observando en silencio. De forma sucesiva fueron surgiendo en la pantalla una luna creciente, una media luna y una luna llena. Mi padre se volvió y me buscó con la mirada, detrás del aparato.....
..... Apagué el proyector y la luna desapareció. Mi padre permaneció sentado en la silla con las manos apoyadas en las piernas, como si estuviese rezando. No encendí la luz; dejé que siguiera un momento más así. Me quedé mirándolo, mirando a mi querido y anciano padre. Sólo apreciaba su sombra y su cabellera gris, centelleante en la oscuridad.


No hay comentarios :

Publicar un comentario