Microrrec: lo que da de sí el ojo de la cerradura

La mirada de los mil metros

El puñetero ojo de la cerradura. Era el único lugar que no había sellado a conciencia. El murmullo creciente al otro lado de la puerta le confirmaba lo que ya suponía. Estaba perdido. Venían a por él. Pegó su espalda a la pared y se escurrió hacia el suelo con la mirada inerte y fija en el picaporte, bajo el que sobresalía un apéndice alargado. Cerró los ojos y se abandonó a su suerte.

Minutos después, tras la puerta y provistos de una horquilla, sus hijos trataron de convencerle una vez más de que estaba a salvo. En casa.




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El puñetero ojo de la cerradura. No quedaba otra. «Pero… ¿Cómo?», pensó escrutando con desconfianza la puerta de la habitación. Él tenía cuidado. Subían en distintos ascensores, siempre echaba las cortinas e incluso se había procurado una coartada virtual. Y sin embargo, el contenido amenazador del paquete que reposaba sobre la mesita le recordaba que en esta ocasión, él era el traicionado.

Abatido y cariacontecido, el hombre no reparó en el jovencísimo muchacho que, sobre su cama, derrochaba talento y ponía morritos a la lámpara para dar su mejor perfil.


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