Macario e
Ismael, los protagonistas de La noche del lobo,
se han lastimado el tobillo y yacen inmovilizados en un camino solitario, a
pocos metros el uno del otro. Es de noche y ni siquiera pueden verse las caras,
pero dialogan en espera de alguien que los saque del apuro. Una atmósfera
minimalista lo domina todo: la luna llena, que aparece y desaparece entre la
niebla, un cuervo que los protagonistas suponen enamorado y unos grillos que cantan.
La luna ejerce sobre Macario un extraño influjo que le excita sexualmente y le
obliga a fantasear con la idea de convertirse en hombre lobo. Un texto
divertidísimo, cargado de ironía y poesía, donde aparecen diálogos tan absurdos
como sabios, tan paradójicos como evidentes, tan rutinarios como simbólicos.
Tomeo regresa así, brillantemente, a su estilo más puro, abstracto y metafísico
Me encanta darme un garbeo por todos vuestros blogs y descubrir de esa manera, autores y obras que, de otra forma, me hubieran pasado totalmente desapercibidos. Es el caso de hoy. De no ser por Ignacio, probablemente nunca hubiera elegido este libro como lectura. Y me hubiera perdido una obra de esas que da gusto examinar con papel y bolígrafo en mano, incluso con bisturí si es necesario.
Se necesita mucha destreza para presentar una historia así: un escenario nocturno, con la única luz de la luna, que se esconde a intermitencias entre las nubes y tan solo dos protagonistas que, debido a un accidente y pese a su cercanía, desconocen todo el uno del otro y mudan de piel pasando de seres corrientes a personajes con multitud de aristas; que atraviesan el difuso camino de la sensatez inicial a una suerte de locura.
Son tan contrarios entre sí, que casi parece un juego de las siete diferencias, o, en este caso, los siete parecidos si es que los encontramos. Por un lado está Macario, un hombre desengañado en amores, casi ermitaño, que ha renunciado a casi todo; a la ciudad, a la sociedad, al trabajo. Un bohemio que se nutre de la información (excesiva e inútil) que le ofrece la red. Por el otro, Ismael, un trabajador incansable, recto, enamorado, sociable, con un fuerte arraigo material y urbanita a más no poder. Ambos han caído heridos en el mismo camino, ambos tienen un esguince. Pero una vez más, como en un espejo, son contrarios. Uno se ha herido su tobillo izquierdo, otro, el derecho.
La situación deviene en una conversación casi obligada entre desconocidos, donde quizás por esa situación de ser dos completos extraños, les resulta más fácil desnudar sus pensamientos más íntimos a la par que mantener conversaciones insulsas, extremas y ridículas, muchas veces cercanas al delirio. En esas circunstancias la necesidad de compañía y el miedo a la soledad se hacen patentes.
Ismael teme a la soledad, a la noche, a los animales que parecen habitar las orillas del camino. Macario, ya ha superado esos miedos o los suple cada día cuando pasa varias horas navegando por la red, aprendiendo decenas de insustancialidades que ocupan sus neuronas y le hacen un conversador incansable.
Pese a la frivolidad inicial de su charla, y la profundidad posterior, finalmente la naturaleza humana surge descarnada y se regodea. Ambos ocultan su verdadero yo; uno mediante el tono inquisidor, otro escondiéndose tras un pseudónimo. Reluce entonces el alma de la historia, el drama real de cada uno de ellos. La soledad y el desamparo se tornan corpóreos y quien se siente víctima, traslada su dolor y sus dudas al otro. La luna será la excusa perfecta para materializar la posible existencia de un licántropo, y con ella, la maldad cuando el humano se convierte en animal, en bestia. Del otro lado, la incredulidad, la duda, el miedo, la inquietud.
Y alrededor de ambos personajes, se acomodan como espectadores—más bien como las figuras arquetípicas de las fábulas—, los animales ( grillos, lechuza y cuervo), que son quienes marcan el ritmo a la narración y quienes dotan al escenario de la obra (yo la he imaginado con un marcado acento teatral), de ese ambiente turbador que sugieren sus figuras. Tres animales que marcan la oscuridad de alguna forma: por su nocturnidad, por su color, por su reconocido mal fario…
Un libro que hace reflexionar acerca de la incidencia de la tecnología en el ser humano, de las consecuencias que se reflejan en las conductas (incomunicación, alienación, soledad) que hace ya un tiempo comenzaron a despuntar en nuestra sociedad. Y si no lo creéis así, pensad por un momento en perder de vista vuestro móvil digamos más o menos, por un mes… ¿palpitaciones, risas nerviosas, sudoración? Exacto. Síndrome de abstinencia. Y me da por pensar que hace una docena de años, cuando las tecnologías más punteras hoy día estaban en pañales, hablábamos más, soñábamos más y dependíamos menos de redes y aparatejos que hoy nos parecen imprescindibles. Curioso ¿no?
Una lectura breve, que disfraza con levedad y humor temas con mucha enjundia. Si os apetece reflexionar, es vuestro libro.
Feliz día.
Pues parece una buena sugerencia de lectura, así que la tendré en cuenta para el futuro! 1beso!
ResponderEliminarNo lo conocía pero no es un libro que me haya llamado la atención así que con todo lo que tengo pendiente, lo dejaré pasar
ResponderEliminarBesos
Bueno bueno, qué buena pinta! =)
ResponderEliminarMe lo llevo!
Besotes
Pues Javier Tomeo fue uno de mis primeros acercamientos al micro relato. Fue en abril de este año. Asistí y participé en la lectura del libro "el fin de los dinosaurios", publicado por Páginas de Espuma. Conocí a Paloma Hidalgo, entre otros, y disfruté. Disfruté mucho. Javier Tomeo ha tenido más éxitos fuera de España que dentro y su calidad es innegable, pero en cuestión de micros nunca será mi debilidad. Sin duda tiene su punto original, con su obsesión con los animales y los colores.... pero poco más.
ResponderEliminarBssss