A través de los siglos, se ha ido consolidando la figura de la bruja como una persona que poseía ciertas virtudes, (probablemente por los brebajes que preparaban), entre otras cosas para poder acercarse a las ánimas de los finados. Sin embargo, las capacidades de estos individuos según las fábulas que circulan por los pueblos y ciudades de nuestras provincias dotaban a estos individuos de capacidades tan increíbles como anegar los campos de lluvias, telequinesia, etc.
Toda la cornisa cantábrica ha sido vulnerable respecto a estos mitos, (incluso en el pueblo de mi madre existe un “regacho de las brujas”), siendo especialmente conocida por este motivo la localidad de Zugarramurdi.
Situada en un lugar estratégico, entre Navarra y Francia, revela en su historia el dudoso honor de ser reconocida (incluso antes del proceso de Salem), por el enjuiciamiento, condena y quema de doce personas por considerárseles partícipes de brujería.
Desde este bellísimo y sugerente paraje nos llega este antiguo relato:
“Cuenta la leyenda que dos hermanos huérfanos llegaron a Zugarramurdi un día de invierno, y se perdieron entre la niebla. El hermano pequeño, cansado y aterido, insinuó que necesitaba descansar un rato, pero el mayor no quiso parar y, egoísta como era, siguió su camino monte arriba. El pequeño, sintiéndose sólo, se ocultó dentro de un árbol hueco para protegerse del frío y se quedó dormido. Despertó en plena oscuridad entre los gritos salvajes de las brujas que celebraban así la llegada de un chivo, que en realidad ocultaba la identidad del diablo. Durante toda la noche las brujas relataron y celebraron con gran alborozo sus fechorías.
De esta manera, el chiquillo pudo conocer la historia de un duque italiano, que tenía una hija aquejada de una extraña enfermedad. La causa que la mantenía en cama no era otra que un conjuro maléfico de una de aquellas temibles hechiceras .Sin embargo, éstas, desconociendo la presencia del niño también describieron con detalle cómo curar a la joven. El perverso hechizo se rompería en el momento en que se diera muerte a un sapo encantado que estaba escondido entre las plantas de palacio. Ni corto ni perezoso, el niño se presentó en la residencia del duque y confirmando la situación de la que se mofaban las brujas, dio fin al sufrimiento de la joven matando al anfibio.
El hermano mayor al enterarse de la suerte del pequeño muchacho, quiso emularlo. Pero en esta ocasión el Diablo, suspicaz y receloso por el giro de los últimos acontecimientos, ordenó revisar todos los posibles escondrijos antes de celebrar su conventículo. De esta forma el envidioso joven fue hallado dentro de su escondite. Y para su desventura, el Señor del Mal quiso asegurar su silencio eterno, por lo que su turbia alma fue condenada y su cuerpo arrojado por un desfiladero cercano.”
En realidad, aunque la fantasía popular ha dotado a las brujas de la capacidad de volar y hacer pactos con el diablo, estas controvertidas figuras han sido sencillamente practicantes de una religión arcaica relativa a las fuerzas de la naturaleza. Se trataba de grupúsculos de personas que se reunían para celebrar ritos ancestrales inherentes sobre todo a la agricultura (de ahí que también se les conozca como curanderos por el uso de hierbas medicinales, etc).
Con la aparición del catolicismo, surgió la necesidad de sustituir las festividades paganas por otras más acordes con el cristianismo, pero para combatir aquellos rituales menores que resistían con el paso del tiempo, y que se contraponían a la Iglesia, surgió la Inquisición. Y con ella, el miedo. Así, el enmascaramiento de estos usos paganos en la Edad Media hizo que crecieran las leyendas y fábulas en torno a estas personas, sus reuniones y lo que en ellas sucedía.
Ciertamente, en las comunidades de brujos, los famosos Akelarres, existe un componente esotérico y psíquico, pero que ha sido adquirido a través de los años. De hecho, parece ser que la palabra Akelarre, que en euskera significa “el prado del chivo”, llevó erróneamente a la conclusión de que estas reuniones se realizaban con el fin de adorar al Diablo. Si hacemos caso a la transmisión generacional del hecho, en realidad nos encontramos con la adoración a una figura mitad hombre, mitad chivo. Se trata en realidad, el dios Griego Pan (o también conocido como Fauno en la mitología romana).
Es una deidad que tenía un aspecto mitad humano mitad animal (de género caprino), y se relaciona con la naturaleza en estado salvaje. Se trata de un cazador, curandero y músico que posee dones proféticos, de fertilidad y de sexualidad masculina desenfrenada. De ahí que la imagen tradicional de este semi -dios se asocie con los akelarres tal como hoy los conocemos y con la figura diabólica del macho cabrío.
Fuentes:
nivis-regium.com
turismo.navarra.es
artehistoria.jcyl.es
misterios en la red.com
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