La ciudad de los ojos grises de Félix G. Modroño

 Navidad de 1914, París. Alfredo revisa el periódico para estar al día de lo que acontece en su Bilbao natal. Pasa las páginas, y de repente, no da crédito. Izarbe ha muerto. Vuelve a casa, para despedirla, y también para despedirse. Prácticamente nada ya le une allí. Sin embargo, parece que la muerte de Izarbe no fue accidental, por lo que su amigo de la infancia Fernan y él, harán unas cuantas preguntas que les llevarán en ocasiones al más absoluto mutismo, y en otras a poner en juego su propia vida.

 

En el contexto histórico previo a la guerra, Alfredo confirma que nadie es tan bueno ni tan confiable como pudiera parecer, y que las intenciones de aquellos que le rodean están firmemente guardadas bajo el silencio. Esto sin embargo no es un obstáculo para que algunos de los más recónditos secretos familiares salgan a la luz, dando sentido a muchos momentos inconclusos de su pasado.
 

Félix G. Modroño nació en 1965 en Vizcaya. Es licenciado en Derecho y trabaja en el sector financiero. Actualmente vive en Sevilla. Es el autor de “La sangre de los crucificados”, “Muerte Dulce” y “La ciudad de los ojos grises”. También es un enamorado de la fotografía, por lo que publicó “Villalpando, paisajes y rincones” en 2002.

Fotografía Via: www.que.es

El mejor homenaje que un escritor puede darle a una ciudad es convertirla en protagonista de su novela. Y más aún si lo hace con el buen gusto, habilidad y sensibilidad que Félix G. Modroño demuestra en este libro.
Ya el título es evocador, y para quien haya conocido Bilbao antes de su última “lavada de cara” (antes del Guggenheim), pasajes como este cobrarán especial sentido:

“El hollín de las chimeneas impregnaba de gris un cielo ya grisáceo. Humo y niebla. Gris sobre gris en el mediodía bilbaíno. El paisaje alrededor de las vías se le antojó lóbrego. Casas tiznadas, chatarra arrumbada, almacenes de madera húmeda…”

La época en que se desarrolla la novela, nos traslada a un periodo histórico complicado para Bilbao. Una etapa de transformación, con un ambiente revuelto por la incipiente revolución industrial en la que se vio inmersa la villa, pero además, dentro también de un contexto europeo convulso, ya que la primera guerra mundial estaba a punto de comenzar.
El hilo central del libro, se desarrolla en este momento, pero a su vez el autor imprime ritmo y carácter a la narración realizando saltos hacia la infancia del protagonista. Estos flashbacks son, a mi juicio muy importantes puesto que consigue mantener el interés en la novela en algunos momentos en que la historia decae un poco y se vuelve predecible.
Es una historia coherente y creíble, ejecutada con gran maestría por parte del autor, que consigue orquestar un desfile de personajes de la talla de Modigliani, Picasso, Mata-Hari, Gayarre, Unamuno, Chevalier, etc con sus correspondientes anécdotas reales que giran y danzan alrededor de la historia que él ha creado. Además, otro punto a tener en cuenta es la plasticidad y claridad en su escritura:

“un ejército de nubes con crespones negros velaba el cuerpo de Izarbe sobre el cielo de Bilbao”.

Una vez acabada la lectura, “La ciudad de los ojos grises” te deja un poso de nostalgia y melancolía. Pero no sólo eso. Es realmente difícil dejar de pensar en sus personajes. En Alfredo, y sobre todo en Izarbe. Y esto es lo curioso, puesto que a pesar de estar muerta desde el inicio de la novela, su presencia es constante a lo largo de las páginas. Unas veces por parte del autor, que la identifica con la ciudad, y otras veces gracias a Alfredo. El se encarga de presentárnosla, y la describe como una mujer justa, preocupada por los más necesitados, al margen de los tabúes existentes y de las estrictas normas de clases. Una mujer fuerte, con un carácter extraordinario.
Me hubiera gustado disponer de un mapa de la ciudad en esa época, porque he disfrutado mucho reconociendo algunas zonas de la antigua Bilbao que aún hoy se pueden visitar. Entre ellas el Iruña, que se mantiene con ese carácter de los últimos años del s.XIX, y con un ambiente maravilloso. Si pasáis por la ciudad, no dejéis de visitarlo. Os recordará sin duda a este precioso libro que con sus magníficos personajes, su pizquita de intriga, su rico vocabulario y la plasticidad bellísima de algunos de sus pasajes cumple todas las condiciones necesarias para una buena novela. Imprescindible.

Para terminar, os propongo que evoqueis el pasaje del libro en que Alfredo conoce a Izarbe, en la iglesia mientras Gayarre canta este aria. (es una pena no poder disponer del sonido real de la afamada voz del roncalés, pero en su defecto, creo que podemos deleitarnos igualmente con esta preciosa interpretación).