Debió darse cuenta de que aquel no iba a ser un día
cualquiera. Probablemente lo hubiera descubierto rápidamente de haberse parado
un poco a fijarse en lo que los indicios parecían indicarle. Sin embargo,
estaba tan inmerso en su propia felicidad, que se escudó en una especie de
placidez que casaba mucho mejor con el
día que quería tener.
Porque después de tantos años vacíos al servicio de la ley redactando
en su despacho gris cientos y cientos de decretos, bandos y disposiciones, y de
algunos intentos fallidos para acabar con su soledad, parecía que la fortuna
finamente le había sonreído. Y la suerte tenía un nombre; Marie.
Aquel día plomizo era su primer aniversario, y por eso
estaba exultante. Aunque la temperatura distase mucho de ser la ideal y en el
cielo los oscuros nubarrones presagiaran una indudable tormenta.
Él, ajeno a todo, se había vestido con su mejor sonrisa y presa
de un optimismo extraordinario no había cedido al desánimo en ningún momento a
pesar de que nada parecía salir como debiera. Y es que el buqué de rosas rojas
que pretendía regalarle a Marie se transformó, por culpa de la huelga de
transportes, en un arreglado pero no demasiado convincente ramo de los ocho últimos
tulipanes que quedaban en el jarrón de la floristería. Además al pasar por caja, bloqueó la tarjeta
de crédito marcando por tercera vez el pin incorrecto. A punto estuvo de perder
su confianza, pero afortunadamente encontró en sus bolsillos la cantidad
necesaria para poder llevarse las flores.
Cuando ella apareció a la hora convenida, él la esperaba con
el ramo a la espalda y la emoción prendida al pecho. Al asomarse a aquellos ojos azules que
comenzaban a lagrimear, sintió la certeza de que ambos estaban hechos el uno
para el otro.
Pero todo cambió cuando ella recibió los tulipanes. Marie, aterrada,
huyó de su lado sin una palabra, entre millones de estornudos que sacudían su
cuerpo dejándolo en la incómoda compañía de una voluta de humo que ella había
dejado en su huída.
Irremediablemente, las
gotas de lluvia que resbalaban por sus manos desnudas y anegaban la calzada fueron
las destinatarias de la tarjeta y su mensaje:
“Feliz aniversario,
Marie.
Te quiero
Murphy”.
Jajajajja Filias, genial, si algo tiene que pasar va a pasar pobre destino del personaje jaja.Muy divertido ocurrente y original , me ha encantado.
ResponderEliminarSaludos
Por tu casa me quedo y te invito a que pases por montesinadas.
ResponderEliminarMuchas gracias por comentar y bienvenido a mi casa. Por supuesto estaré encantada de visitarte. Un abrazo
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